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La historia en primera persona. Jesús Rodríguez: un gobierno desahuciado y el sacrificio de un ministro con todo para perder.

Reportaje de Astrid Pikielny, para el Diario La Nación, publicado el 1 de agosto de 2022.

 

A pedido de Raúl Alfonsín, asumió en Economía con una inflación desatada, saqueos y una fuerte debilidad política; del entusiasmo por la nueva democracia a la desazón de la entrega anticipada del poder.

-Hola Jesús, ¿cómo estás? ¿Cómo está la familia? Necesito que me hagas un favor.
-Sí, cómo no, Raúl.
-Necesito convencer a un amigo. Porque tengo que pedirle algo que no le va a gustar.
-Sí, dígame.
-Hay que convencerlo de que sea ministro de Economía.
-¿Y quién es?
-Jesús Rodríguez.
-¡Usted está loco!

Más de 30 años no pudieron borrar el diálogo telefónico en el que Raúl Alfonsín le pidió a Jesús Rodríguez que asumiera como ministro de Economía. Fue el 25 de mayo de 1989. Con el radicalismo derrotado en la elección del 14 de mayo, la economía desenfrenada y los saqueos en escalada, la inflación se duplicaba todos los meses: en abril había sido de 33%; en mayo había llegado a 79%.

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El futuro no es lo que era

Ese era el título de un libro que recogía un diálogo entre el director-fundador del diario El País de Madrid, Juan Luis Cebrián, y el Presidente del Gobierno de España por 14 años, Felipe González, publicado en el inicio del siglo.

Más aún, ese título define muy bien la realidad de hoy, cuando la pandemia y la guerra han impactado en la evolución de dos dimensiones clave que distinguen los asuntos globales de las últimas décadas: la democratización de los sistemas políticos – al concluir la Segunda Guerra apenas una docena de países contaban con gobiernos elegidos mientras que a finales de la década pasada la mitad de la población mundial vivía en países con gobiernos surgidos de la voluntad ciudadana- y la globalización económica -en los años cincuenta del siglo pasado el comercio global era menos de 20% del PBI mundial y el año pasado representó más de la mitad de la producción generada en el mundo- que permitió reducir la pobreza, aunque no la desigualdad, de la mitad a menos de 10% de la población global en las últimas cinco décadas.

Declarada la pandemia, todos los gobiernos reaccionaron prontamente ante la emergencia sanitaria, pero, en muchos casos, lo hicieron con severos costos en términos de calidad institucional y libertades individuales.

Además de su dimensión sanitaria -con más de 560 millones de casos verificados, un número superior a los 6 millones de fallecidos registrados y las incontables personas afectadas psicológicamente-, con el derrumbe de la actividad económica originada en la cuarentena – y su  repercusión negativa sobre el empleo, la pobreza extrema que el Banco Mundial estima se incrementa este año en 100 millones de personas y la desigualdad- se alimentaron los miedos individuales y las incertidumbres sociales.

Estos temores dieron impulso a una mayor insatisfacción social que la evidenciada por las secuelas de la crisis financiera del 2008 y, junto a una creciente desafección política, han minado la confianza ciudadana en las instituciones.

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¿Aprendimos la lección?

CEDOC

El traumático final del régimen de convertibilidad -paridad fija, uno a uno, entre el dólar estadounidense y el peso argentino fijada por ley del Congreso, que rigió por más de diez años entre abril de 1991 y finales del año 2001- tuvo dramáticas consecuencias, y algunas de ellas llegan hasta nuestros días.

Las derivaciones fueron múltiples: en el plano institucional, la inédita situación de cinco presidentes en once días y la implosión de una parte significativa del sistema político; en la dimensión económico-social, el incremento de la pobreza, el cierre de innumerables unidades productivas y la pérdida de miles de puestos de trabajo; en lo referido a la vida cotidiana, las incontables tragedias familiares y la muerte de argentinos en ocasión de la represión policial a las manifestaciones en varias provincias argentinas.

El colapso del régimen de convertibilidad venía incubándose desde la “crisis del tequila” -por el impacto en las economías emergentes de la devaluación del peso mexicano en diciembre de 1994- con sus repercusiones locales que, por ejemplo, justificaron el incremento de impuestos (el IVA pasó del 18% al 21%), el salvataje de bancos y la disparada del desempleo (se acercó al 20% de la población económicamente activa), entre otras.

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La calidad de las instituciones importa

Foto por @franjianhua en Freepik

La democratización y la globalización –entendida como la creciente integración de los mercados de mercancías y servicios, tanto reales como financieros– son procesos que distinguen la evolución de los asuntos globales desde la segunda mitad del siglo pasado. En América Latina, caracterizada durante décadas por la existencia de gobiernos dictatoriales, la oleada democrática se inicia con la presidencia de Raúl Alfonsín y hoy casi nueve de cada 10 latinoamericanos viven en países con gobernantes elegidos por la voluntad popular.

La pandemia que azota al mundo –aun sin saber cuándo termina y cuántas víctimas deberemos lamentar– además de provocar, entre otras desventuras, por primera vez en los treinta años de su existencia un retroceso en el Índice de Desarrollo Humano, construido por las Naciones Unidas, también impacta en el funcionamiento institucional de todos los países.

Según Freedom House, organización basada en Washington D.C. que realiza mediciones sistemáticas globales sobre libertades civiles y políticas desde 1970, el año pasado se redujo la puntuación en 73 países que reúnen al 75% de la población mundial. Ese registro incluye, entre otros países, a China, la India y Estados Unidos.

Del mismo modo, en el último Índice Democrático, que publica The Economist, 2020 es el año de mayor retroceso mundial en las libertades individuales en épocas de paz. En el Índice, que clasifica los países en cinco categorías, cae la calidad democrática en todas las regiones.

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Ideas actualizadas para los Ideales de Siempre

La pandemia que azota el mundo -aún sin saber cuándo termina y cuántas víctimas deberemos lamentar- ya generó la peor crisis económica en un siglo, produjo el primer retroceso registrado en el Índice de Desarrollo Humano que la ONU realiza desde hace treinta años y consolida una nueva década perdida, en términos económicos y sociales, en la Región de América Latina.

Las consecuencias de la Pandemia son múltiples.

Para empezar, nuestras sociedades serán más pobres y más desiguales. Según la CEPAL, en América Latina, al tiempo que el número de pobres se incrementará en 45 millones de personas, casi 3 millones de empresas -una de cada cinco- habrán dejado de existir.

Por otro lado, las demandas sociales crecientes presionan por mayores prestaciones del sector público sumando exigencias a estados que a sus debilidades estructurales le agregan, en el mundo en desarrollo, las dificultades para financiar estos mayores requerimientos presupuestarios.

También, los miedos individuales y las incertidumbres sociales son ambiente propicio para la emergencia o consolidación de liderazgos autoritarios en todos los continentes. De allí que la Internacional Socialista denunciara el  uso  de la pandemia “como pretexto para restringir libertades” y que destacados líderes democráticos y progresistas de América Latina alertaran sobre “los riesgos de una regresión democrática en la Región”.

A continuación, se presentan algunos rasgos distintivos del esquema de poder del movimiento que gobierna nuestro país y las consecuencias de las políticas seguidas por la administración. En el capítulo siguiente se describen los pilares de una propuesta para superar el estancamiento secular y el rumbo de decadencia en la post pandemia y, finalmente, se señalan algunos puntos de la hoja de ruta para la UCR, el partido más antiguo y el más actualizado de nuestro país.