Un indicador relevante de la falta de confianza en la evolución del desempeño económico de la Argentina es la fuga de divisas que, en los últimos años, ha superado los cuantiosos volúmenes de la inversión directa recibida por Brasil, el mayor receptor de toda América Latina.
En el mundo empresario, la situación es comprensible por la la ausencia de “ un clima de negocios favorable”.
Desde una mirada más amplia, la fuga de divisas se explica, entre otras cosas, por el desequilibrio entre los poderes republicanos; por la discrecionalidad que se impone frente a las normas y por la falta de reglas de juego estables y previsibles. En suma, por la debilidad institucional de la Argentina que, por otro lado, permite entender los modestos resultados sociales a pesar de la excepcional situación internacional.
El oficialismo justifica el manoseo institucional en la batalla diaria que está obligado a librar. Esa “épica oficialista” propicia, a su vez, la consolidación de la conducta anómica de los ciudadanos y el crecimiento de la crispación social.
Por eso me llamó tanto la atención saber que, para los chinos, la armonía es condición para la estabilidad política y el crecimiento económico. En efecto, en el año 2006 una Resolución del Sexto Plenario del decimosexto Comité Central del Partido Comunista Chino afirmó que “ la armonía social es la naturaleza intrínseca del socialismo chino y es una garantía importante para la prosperidad del país, el rejuvenecimiento de la nación y la felicidad del pueblo”.
Si esa convicción es sostenida por un régimen político de partido único, cuánto más relevante es esa noción para una sociedad que se pretende plural, diversa, abierta y democrática.