Hace un par de semanas, Capital Intelectual editó “Adelante radicales: ochos ensayos (y una ficción)”, compilado y prologado por Andrés Malamud.
En ese libro contribuyo con un capítulo -aquí transcrito- acerca de la proyección del radicalismo fuera de las fronteras de Argentina ya que -en nuestra interpretación- la visión cosmopolita, la integración al mundo, la promoción de los valores democráticos y la construcción de una gobernanza global son signos de identidad de la UCR.
Planteo (en el buen sentido)
En 1900, solo una de cada 100 personas en el mundo vivía en democracia. Hoy esa relación es de 56 por cada 100. En 2018, según el índice que elaboran especialistas de The Economist, 114 países de 167 relevados están considerados dentro de la categoría de democracias: 20 son plenas, 55 imperfectas y 39 híbridas, en tanto que los restantes 53 países tienen regímenes autoritarios. En 1890, el 80 por ciento de la población mundial vivía en la pobreza extrema (menos de 1,90 dólares por día). Hoy, ese porcentaje está por debajo del 10 por ciento. ¿Esto significa que vivimos en el mejor de los mundos posibles? Nada de eso, pero podríamos establecer una correlación directa entre la democratización y la mejora en las condiciones de vida. Algo que Raúl Alfonsín pregonó con insistencia en su discurso político, a través de su memorable frase: “con la democracia se come, se cura y se educa”.