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Lectura Muy Recomendada. Escribe Juan Carlos Torre

The Only Game In Town: Peronismo para Todos

 

A lo largo de los 30 años de la restauración democrática hemos asistido a un fenómeno político de gran relevancia, el fin de la ley de hierro de la competencia electoral en  Argentina según la cual en elecciones libres el ganador natural del premio mayor, la presidencia,  debía ser el  peronismo. En 1983 primero y, después en 1999, a la hora de contar los votos el peronismo debió admitir su derrota. Estos dos episodios mostraron que el polo político no peronista podía imponerse en las urnas y acceder al gobierno. Esta fue una constatación auspiciosa para la salud de la restauración democrática.  Ahora bien, si extendemos la mirada constatamos también otro fenómeno político: los presidentes  electos por obra de la derrota del peronismo no lograron concluir sus  mandatos. Para decirlo de otro modo: el polo no peronista pudo reunir los votos necesarios para acceder a la presidencia  pero no pudo reunir la capacidad de gobierno necesaria para mantenerse en ella y eventualmente para  aspirar a un nuevo mandato.

A fin de colocar en perspectiva las vicisitudes del polo no peronista quiero evocar, siguiendo una referencia hecha por Javier Zelasnik, el patrón de funcionamiento  que  caracteriza al sistema político de  Suecia. Allí  tenemos que un partido -la socialdemocracia- gana y gobierna   durante varios períodos consecutivos gracias a la fragmentación de la oposición hasta que arriba a una contienda electoral en la que es derrotado por una coalición de partidos rivales; ocurre, sin embargo, que  esta coalición sólo consigue gobernar un período, al cabo del cual   el partido predominante   revalida sus credenciales y retoma el poder. En esta dinámica política la coalición opositora sólo está en condiciones de ofrecer un gobierno de transición entre uno y otro ciclo del partido predominante en el poder. Esto es, no logra ofrecer un gobierno de alternativa capaz de establecer una nueva trayectoria o,  para decirlo con la fórmula que ya utilizamos, consigue  llegar al gobierno pero no consigue ser  re-electa y de este modo quebrar la duradera vigencia del partido predominante.

Esta clave de lectura captura a mi juicio bastante bien los avatares de la vida política argentina. Las victorias electorales del polo no peronista se han parecido mucho, como ha señalado Andrés Malamud, a  los años sabáticos que se toma de tanto en tanto el polo peronista para reordenar su tropa y re emerger  cohesionado bajo la conducción de nuevos liderazgos y con nuevas ofertas políticas en sintonía con los nuevos tiempos.

A partir de estas premisas quisiera ahora  abordar la coyuntura política más reciente. El punto de partida lo brinda el resultado de las elecciones presidenciales de 2011. Ese resultado fue portador de una importante información. Me  refiero  a los 37 puntos de diferencia que distanciaron la victoria de la presidente Cristina  de la candidatura más votada entre las agrupaciones del polo no peronista. Esa formidable brecha puso de manifiesto el rasgo distintivo del panorama político actual, más concretamente, la pérdida de competitividad del sistema de partidos. Esta pérdida de competividad, ha destacado Ana Maria Mustapic, tiene un gran impacto sobre el ejercicio del poder gubernamental. Un sistema de partidos competitivo presupone la expectativa de una alternancia en el timón del gobierno, y esa expectativa tiende a operar como un factor de moderación entre los ocupantes del poder. Hoy en día esos 37 puntos de diferencia a que aludimos hablan bien a las claras de que no hay rivales a la vista, es decir, no hay una oposición en condiciones de desafiar el  actual predominio del polo peronista sobre el mercado político-electoral. Por lo tanto, no existen o son muy débiles las barreras de contención política a la gestión del poder  por el partido gobernante.

Circunstancias como éstas contribuyen a  recrear un fenómeno conocido en la historia política del país: el peronismo en el gobierno  tiende a comportarse como un sistema político en sí mismo, vale decir, a actuar simultáneamente como el oficialismo y la principal oposición. Dos son los factores que suelen promover esta dialéctica política. El primero de ellos es la amplitud y por lo tanto la diversidad de los apoyos que reúne como coalición de gobierno. La gravitación de este factor fue ostensible durante la administración del presidente Menem. Una vez en el gobierno Menem  supo hacer un viraje hacia el mundo de los negocios y las políticas de mercado sin perder por ello el respaldo de  las bases tradicionales del peronismo. El costo de ese virtuosismo político es conocido: las principales tribulaciones por las que pasaron sus iniciativas le fueron ocasionadas por sus partidarios en el Congreso, en las provincias, en el sindicalismo, que se comportaron efectivamente como la principal oposición. En términos comparativos, la incidencia de este primer factor ha sido claramente menos importante durante la gestión del matrimonio Kirchner.  Su coalición de gobierno no ha sido tan amplia como la que montó Menem; en consecuencia, no se caracteriza por tanta heterogeneidad de intereses ni tanto contraste de visiones. Además, el giro anti-noventista emprendido a partir de 2003 ha estado más sintonizado con intereses y visiones típicamente peronistas, como  el estatismo, el proteccionismo, la beneficencia social. De allí  que las políticas públicas no hayan sido, como en los años de Menem, un terreno de conflictos.

El segundo factor que activa el contrapunto oficialismo/ oposición cuando el polo peronista gobierna  en su condición de partido predominante es la falta de reglas consensuadas para dirimir los problemas de sucesión en el liderazgo y por ende en el control del poder. La repercusión de esta ausencia  fue visible en el trámite traumático del conflicto que opuso las aspiraciones rivales del presidente Menem y de Eduardo Duhalde, que se postulaba como su sucesor. Conocemos el desenlace: Duhalde frustró las ambiciones re-eleccionistas de Menem pero no pudo evitar que él también terminara siendo arrastrado por las secuelas de la disputa. Al final de cuentas  el polo peronista experimentó en las urnas una derrota auto-infligida por la división de sus partidarios.  ¿Qué decir de los años kirchneristas cuando los observamos desde esta perspectiva ? Que  esta fuente de la dialéctica oficialismo/oposición está de nuevo productiva, como lo están mostrando las reacciones encontradas que suscita en las filas del peronismo  la pretensión apenas encubierta de Cristina Kirchner de extender su mandato presidencial.

Si bien es tributario de su débil institucionalización como organización partidaria, el conflicto en ciernes que conmueve al polo peronista tiene en las presentes circunstancias  un perfil novedoso porque se está procesando sobre el telón de fondo de un proyecto ambicioso, la construcción de un pos-peronismo. En el 2005 Nestor Kirchner declaró que a su juicio el ciclo histórico del peronismo tal como lo conocíamos estaba agotado. Ese veredicto  recogía su inspiración del cuestionamiento de la izquierda peronista de corte setentista a “las formas tradicionales de hacer política” encarnadas en los jefes territoriales del partido y en los cuadros de la burocracia sindical. La cruzada regeneracionista de Kirchner, que alumbró la operación de la transversalidad y suscitó grandes expectativas entre los sobrevivientes de la experiencia del Frepaso, tropezó con un costo  de oportunidad: no se puede gobernar y transformar al mismo tiempo la herramienta principal de gobierno como es el partido gobernante. De allí que a poco de andar fuera sustituida por una salida pragmática: la tregua con los apoyos partidarios alojados en los gobiernos de provincia, en la legislatura, en los aparatos sindicales.

Luego de la rotunda victoria  del 2011 el proyecto original  ha retornado con fuerza como lo muestra la búsqueda por parte de la presidente de respaldos  menos dependientes de la estigmatizada máquina política del “pejotismo”. Rodeada de movimientos piqueteros afines, de los jóvenes de la Cámpora, del séquito de la izquierda peronista, Cristina está apretando el paso tras  la continuidad de su gestión. En su  marcha está haciendo surgir a la luz grietas crecientes dentro del polo peronista. Para las jerarquías tradicionales del movimiento la re elección de la presidente o,  en su defecto, el encumbramiento de quienes la acompañan sólo promete cuatro años más de asedio a sus bastiones territoriales y con ellos la perspectiva aciaga de ser marginados de la vida política. Este es el escenario en que se está reponiendo la dialéctica oficialismo/ oposición dentro del movimiento creado por Perón recubierta ahora por los pliegues de la pugna entre peronismo y pos-peronismo. Un observador externo a esa pugna es posible que encuentre difícil explicar la aspereza de unos  enfrentamientos que se despliegan sin freno por la ausencia de una oposición competitiva. Quienes están involucrados en ellos no padecen esa miopía, tan propia del sentido común no peronista, porque saben que disputan  por un trofeo mayor: la hegemonía sobre el principal partido nacional del país y, en ese carácter, un recurso estratégico para diseñar el derrotero del futuro político de la Argentina.

Publicado en Foco Económico

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