En la Revista Debate se publica un reportaje referido al libro “El Caso Chile”.
“Casi vamos a una guerra con Chile”
Por Carolina Keve
El dirigente radical Jesús Rodríguez analiza, en su libro El caso Chile, la salida del dictador Augusto Pinochet y la relación de su caída con la Argentina.
Jesús Rodríguez recuerda que estaba estudiando en el Pellegrini cuando cayó el golpe sobre el gobierno de Salvador Allende el 11 de setiembre de 1973. Ya por ese entonces la militancia se había colado entre sus estudios y aunque será el alfonsinismo el que lo lleva a la vida pública, para él aquel hecho lo marcó para siempre. Tal es la razón que esgrime cuando se le pregunta por su nuevo libro, El caso Chile (Capital Intelectual), en el que intenta desgranar las consecuencias que tuvo la democracia argentina sobre el régimen de Augusto Pinochet, sin perder de vista las especificidades que enmarcaron cada una de las dos experiencias ni los factores regionales e internacionales que entraron en juego sobre las dictaduras del Cono Sur.
¿Cómo caracterizaría la política de Raúl Alfonsín frente a la dictadura de Pinochet?
Acá no debemos perder de vista el escenario internacional. Cuando llegó la democracia en 1983, la Argentina era un país aislado. Éramos un paria en el mundo. Habíamos iniciado y fracasado la aventura de Malvinas. En el medio del dislate de esa guerra, la dictadura se había concebido como un guardián de Occidente, interviniendo por ejemplo en Centroamérica entrenando fuerzas irregulares. Luego, hizo un viraje y fue a Cuba a una reunión del movimiento de países no alineados para pedir apoyo por la guerra…Estábamos aislados, con deuda externa y convertidos en sinónimo de terrorismo de Estado. Con lo cual, la primera necesidad era que la Argentina recuperara su prestigio a nivel internacional.
Un eje central, y que usted destaca en su libro, pasaba por reconocer la necesidad de promover la estabilidad en la región. En este sentido, el conflicto sobre el canal de Beagle, ¿no condicionó la relación con Chile?
Claro, otro de los ejes de la política exterior de Alfonsín pasó por reconocer que si no había paz en la región no iba a garantizarse la estabilidad democrática en nuestro país. La decisión política, entonces, fue promover la democratización en la región y una de las cuestiones que alteraban o amenazaban la paz y que había que remover era el conflicto limítrofe con Chile. Nosotros casi nos vamos a una guerra.
En este escenario, Cuba asomaba también como un factor importante de equilibrio…
En el caso de la gestión de Alfonsín tiene que ver con una decisión explícita para convencer a los líderes mundiales como Gorbachov y Castro para que dejaran de asistir logísticamente a la guerrilla en Chile, y promovieran la democratización en ese país. No hay que perder de vista que estábamos todavía en plena vigencia de la guerra fría y si la guerrilla se propagaba iba a transformar a la Argentina en un santuario…
¿A qué se refiere?
La iba a transformar en un santuario de dirigentes políticos que podían pasarse a nuestro país realimentando la idea de la seguridad nacional y alentando a las Fuerzas Armadas a mantener esa idea de que había que seguir luchando contra el enemigo comunista.
Usted en el libro se detiene en el valor estratégico que tenía Chile…
En el contexto de la Guerra Fría todos los países de América Latina que estaban hasta entonces bajo la órbita de Estados Unidos terminaron prácticamente por constituirse en una zona de trabajos prácticos de esa disputa entre las dos superpotencias. Chile era muy importante para Estados Unidos porque, si triunfaba el experimento de Allende, podía volverse un modelo para el resto de los países en la región. Al mismo tiempo, para la Unión Soviética, un país con un Partido Comunista tan importante como el de Chile, que además conducía la central de trabajadores, también representaba un interés estratégico. Kissinger alienta el golpe de Estado, lo financia y manda fondos de la CIA.
¿Y cómo caracterizaría la transición democrática vivida en Chile y la que tuvo lugar en la Argentina?
La Argentina llegó a la democracia por el fracaso de una guerra. En Chile no hubo una guerra y, como ha dicho el presidente Ricardo Lagos, tuvo una ventaja, la de hacer la transición después que otros. Eso permitió un aprendizaje a la dirigencia chilena. Chile llega a la democracia con las reglas definidas por la dictadura a través de un plebiscito. La dirigencia trasandina se dio cuenta de que sólo se podía derrotar la dictadura a través de la política, formando una coalición para generar las condiciones adecuadas.
Al respecto, en su trabajo presta especial atención al rol que tuvieron los partidos políticos, tanto en los momentos previos como en la recuperación democrática. En este sentido, pareciera trazar una diferencia muy grande con el peronismo al que prácticamente adjudica una posición activa dentro del terrorismo de Estado…
Lo pongo en una palabra, una posición de complicidad con Pinochet. Empecemos por lo más dramático. La Operación Cóndor nace durante el gobierno peronista. Y la complicidad de los servicios de información argentinos está documentada. Hay un caso tremendo, para detenernos en un ejemplo, que tiene que ver con la sustitución de cadáveres. Por ese entonces, unos ochenta argentinos mueren ilegalmente en nuestro territorio y se hace una maniobra para decir que esos muertos son guerrilleros chilenos ajusticiados por sus compañeros en la Argentina. Y esta maniobra fue llevada adelante durante un gobierno justicialista. ¿Quiere otro ejemplo? Raúl Lastiri reconoció a Pinochet antes que Estados Unidos. Y no sólo eso. Pinochet fue condecorado por el gobierno peronista…
¿Kirchner representaría, entonces, un quiebre dentro del peronismo en lo que se refiere a la política de derechos humanos?
La verdad es que no lo estudié… Creo que la biografía política de los Kirchner tiene cero punto de contacto con los derechos humanos. Nunca llegaron a cuestionar lo actuado por el peronismo, más aún, apoyaron un candidato en 1983 que decía que la autoamnistía era legítima. Ahora, llegados al gobierno construyeron un relato en el que los derechos humanos pasaron a ser centrales y decisivos.
No se puede desconocer lo que hizo el Gobierno en dicha materia…
Está claro, pero esa cuestión autorreferencial, fundacional, ese discurso en la ESMA donde dice que pide perdón en nombre del Estado por veinte años de silencio… (suspira).
¿Cree que falta una autocrítica por parte del peronismo respecto al terrorismo de Estado?
Las tres A, Ezeiza… Pienso que hay todavía muchas cosas por revisar.
Al comienzo, destacaba la importancia que asumió para Alfonsín la integración regional. ¿Cuál es su evaluación sobre la evolución que tuvo ese proceso en estos treinta años?
Tomemos como ejemplo la CELAC, recientemente constituida, que es un foro donde están todos los presidentes. Esto es muy positivo porque contribuye con un diálogo político. Pero eso no puede sustituir la OEA, que está constituida a través de tratados firmados por los Estados, que a su vez tienen que pasar por el Congreso de cada país. Eso es de una envergadura mucho mayor.
Muchos analistas coincidieron en que la OEA constituía un organismo sin vida…
Pero en todo caso hay que darle vida a ese sistema. Hay que fortalecer la institucionalidad. Y en términos institucionales una organización de Estados es mucho más importante que un foro. A lo que me refiero es a que creo que hay que tener cuidado con el declaracionismo integracionista. En las cumbres de presidentes que hubo entre 2007 y 2010 se acordaron 2.443 puntos…Nunca un mejor ejemplo que ilustra un declaracionismo que resulta difícil llevar a la práctica.
El futuro radical
Como era de esperar, la interna radical logra colarse en la charla. El ex ministro de Alfonsín se muestra confiado. Ve con optimismo la asunción de Mario Barletta y plantea la necesidad de afianzar la UCR como una coalición al estilo de la Concertación en Chile.
¿Qué opinión le merece la asunción de Mario Barletta al frente de la UCR?
Me entusiasma mucho. Creo que es una persona que al frente de la conducción resume lo que hoy le hace falta al radicalismo: capacidad de diálogo y claridad para producir una reforma política, que tiene que ser mucho más que una actualización de la carta orgánica del partido.
Ahora, todos parecen coincidir en la necesidad de reconstrucción y renovación del partido. Pero, ¿convocar a figuras como López Murphy o Lilita Carrió no va en sentido contrario?
No, pienso que al hacerlo con nombre y apellido pudo haber sido una manera poco práctica de decirlo, pero lo que él está señalando con esto es que Argentina necesita un partido político de despliegue nacional territorial con plena convicción republicana que pueda ofrecer una alternativa…
Reitero la pregunta. Llamar a Lilita…
No me gusta hablar en términos de personas.
¿Cuál es su lectura sobre el resultado que obtuvo la UCR en las elecciones? Muchos dentro del partido apuntaron todos los cañones contra Alfonsín.
Primero, me parece que el rasgo que tuvo la elección no pasa por el número obtenido por Cristina Kirchner, porque todos los presidentes del 83 para acá, excepto el propio Néstor Kirchner, estuvieron cerca del 50 por ciento de los votos. Lo notable fue la diferencia con el segundo, que creo que pasa justamente por una imposibilidad de construir una coalición política confiable y creíble, y eso es una responsabilidad que sería un error y de una simplificación inadmisible resumir en la conducta de una sola persona.
¿Cree que hubiera sido beneficioso armar una coalición con Hermes Binner?
Sí claro, pero en ese caso habría que preguntarle a Binner por qué rechazó ese ofrecimiento.
En términos estratégicos parece haberle convenido; quedó posicionado como segunda fuerza…
Precisamente, ahí se entiende esa renuncia no explicada a esa coalición.
Muchos hablan de una reconfiguración del sistema político bipartidista que conformaron el peronismo y el radicalismo…
Creo que lo que sí está claro es que habrá una reconfiguración del sistema político donde el rasgo distintivo son las coaliciones. En sociedades complejas, ese rasgo de identidad no se define ya sólo por lo político-ideológico. Volviendo al ejemplo de Chile, bien muestra su historia que las coaliciones deben ser amplias.
Pero esa amplitud a veces puede ser peligrosa, mire lo que le pasó a la UCR con Francisco de Narváez.
Un dirigente del PT una vez me explicó que la coalición del partido está conformada por un 90 por ciento de sectores progresistas y un 10 por ciento de la derecha. (José) Alencar, que es un empresario, fue vicepresidente de Lula. Y en Chile, la Concertación agrupó desde sectores marxistas hasta democratacristianos. Creo que pasa por entender que la lógica de poder no puede depender una conquista o una derrota, sino que se trata de una construcción colectiva.
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