En 1972, un año más tarde de la decisión unilateral de Richard Nixon declarando la inconvertibilidad entre el dólar y el oro, James Tobin – Premio Nobel de Economía de 1981– propuso la fijación de una reducida tasa impositiva con el propósito de atemperar la especulación financiera y promover la estabilidad en esos mercados. Se trataba, como él mismo planteaba, de “poner un poco de arena en los engranajes del sistema financiero internacional”.
En su momento la idea, aceptada en su formulación teórica por algunos, recibía cuestionamientos por la viabilidad de su implementación que el paso del tiempo, y los adelantos tecnológicos, ayudaron a despejar.
Por su parte, la crisis financiera global iniciada en los Estados Unidos en el año 2008 – hipotecas “subprime” mediante- puso en debate público una iniciativa sólo propiciada, hasta entonces, por grupos reducidos de activistas sin mayor influencia social.
En efecto, en los últimos meses Jefes de Estado y de Gobierno de diversas extracciones políticas, entre otros Gordon Brown, Sarkozy y Angela Merkel se pronunciaron con argumentos variados, a favor de su implementación.
Un aspecto que acrecentó su popularidad en los responsables políticos es su potencial recaudatorio, sobre todo en épocas que, por la crisis global, la política fiscal anticíclica exige cuantiosos recursos que afectan negativamente la cuentas públicas. La estimación de la recaudación posible depende, como es obvio, de los supuestos que se hagan sobre la base de la imposición, las tasas que se propicien, el impacto sobre el volumen de transacciones y los posibles grados de evasión. Sin embargo, según los cálculos menos optimistas disponibles, la recaudación anual sería de, al menos, 17000 millones de dólares anuales, alrededor de un tercio de los recursos que Naciones Unidas ha estimado necesarios para financiar los Objetivos del Milenio.
Hasta ahora, las dificultades de naturaleza política aparecían como insalvables para un tributo que requiere de aplicación a escala global, sobre todo cuando se estima que el 84% de las transacciones cambiarias tiene lugar en los mercados del Reino Unido, EEUU,Japón, Singapur, Hong Kong, Alemania, Francia, Australia y Suiza.
Por eso, cuando el lunes 4 de Abril el Director Gerente del FMI, Dominique Strauss-Kahn, pidió “ un mayor avance en la reforma del sector financiero, inclusive en el ámbito transfonterizo, y propuso un impuesto a las actividades financieras” mucho más que una declaración estaba dándole piso de marcha aun asunto crucial para la gobernanza global.