La política argentina de nuestros días ofrece, tal vez, una única certeza: no existe ninguna posibilidad que la próxima administración reproduzca algunos rasgos de identidad del actual gobierno, como el ejercicio sistemático de la prepotencia política. Y la buena noticia es que así será porque esa práctica no es, ya más, socialmente aceptada.
Existe otra evidencia: la coalición que gobierna desde hace 12 años se fragmentó y la coalición opositora, por su parte, fue capaz de reagruparse en el flamante Frente Amplio Unen.
En efecto, los sectores identificados con un ideario que cree en la fortaleza de las instituciones democráticas y republicanas como determinante para el progreso de la sociedad nos confirman que, felizmente, han internalizado un triple aprendizaje.
En primer lugar, hubo un reconocimiento de las consecuencias negativas que, para la solución de las demandas sociales, tuvieron los casi 40 puntos de diferencia, con el segundo más votado, en la última elección presidencial. En segundo término, se comprendió que la coalición se debe concretar con antelación suficiente y con reglas que gobiernen su funcionamiento y los procedimientos para la selección de candidatos.
Por último, es un valor entendido para los partidos que integran la coalición que, en el nuevo turno democrático, será necesario desarrollar un programa de progreso económico y dar inicio a una etapa de regeneración democrática en la que la ejemplaridad de los gobernantes sea, a la vez, un imperativo moral y una garantía de justicia.
La competencia del año próximo es crucial ya que se elegirán todos los cargos ejecutivos, la mitad de la Cámara de Diputados y un tercio de los senadores nacionales, además de legisladores y concejales en todo el país.
La próxima cita electoral presentará, además, una novedad histórica. Muy probablemente, por primera vez en la Argentina, habrá balotaje para fórmulas de Presidente y Vice que obtengan los dos primeros lugares en la primera vuelta electoral.
El sistema de la doble vuelta electoral previsto en nuestra Constitución tiene la virtud de favorecer las preferencias de los votantes en la primera ronda y, muy importante para nuestra realidad política, contribuir a la selección de presidentes que, en la segunda vuelta, consiguen un extendido respaldo popular.
El polo democrático y republicano, expresado en el Frente Amplio UNEN, está en condiciones de ser uno de los dos actores excluyentes de esa segunda vuelta. Las razones que justifican las opiniones que recogen las encuestas se basan en que los partidos que componen el Frente no sólo obtuvieron uno de cada cuatro votos emitidos en la última elección sino que, además, gobiernan dos provincias y más de 500 municipios.
Al mismo tiempo, el Frente en el Congreso es el mayor bloque opositor y su contingente parlamentario, con más de ochenta legisladores, es cuatro veces superior a los otros núcleos que, tributarios de la tradición justicialista, expresan los puntos de vista de otros precandidatos presidenciales.
Así las cosas, la creación del Frente es en sí mismo una vitalización de la democracia que requiere, para ser tal, de la posibilidad de la alternancia como regla de oro de su vigencia. Si su proyecto político es capaz de estructurarse en torno a ideas que alumbren una sociedad cohesionada, proyecten un crecimiento compartido y aseguren un futuro sostenible, el garantizado fin de ciclo puede devenir en un cambio de época.
Es apropiado, entonces, recordar a Bertolt Brecht cuando afirmaba que “la más larga noche no es eterna” y soñar que la decadencia que nos trajeron los golpes de estado y el populismo tampoco.