En marzo del 2015, el radicalismo tomó la decisión de contribuir a la edificación de una coalición política que luego fue Cambiemos. Esa había sido la opción votada por la mayoría, luego de considerar las tres alternativas que había en aquel momento: la primera, aferrarse a la idea de individualidad política, expresada en términos electorales en la “Lista 3”; la segunda, profundizar el camino que habíamos iniciado junto a las fuerzas políticas que sentíamos más cercanas, en lo que en aquel momento era UNEN; y la tercera, conformar una coalición que fuera capaz de “parar dos estaciones antes de llegar a Venezuela” como dijo Felipe González en su vista reciente a Buenos Aires.
Visto en perspectiva, podemos apreciar lo acertada que fue la decisión radical.
La Lista 3 salvaguardaba la individualidad, es cierto, pero no era la única opción que permitía preservar la identidad.
Las identidades electorales en el pasado estaban signadas por el papel y el lugar que cada uno tenía en el proceso productivo. Con el paso del tiempo, las sociedades se hacen cada vez más diversas y complejas. Hoy los votantes se identifican por ideología pero también por ciertas opciones de vida, como puede ser la orientación sexual, o por el compromiso con ciertas causas, como la igualdad de genero o el cuidado medioambiental, entre muchas otras consideraciones.
Un partido político por sí solo ya no representa electoralmente la diversidad de la sociedad.
La identidad se construye por un conjunto diverso de afinidades, posiciones y puntos de vista, lo que abre las puertas a múltiples conformaciones de prioridades políticas. Dicho de otra forma, un partido político por sí solo ya no representa electoralmente la diversidad de la sociedad.